Hola de nuevo:
Mis cercanos y cercanas saben que aprovechando las Fiestas de San Bernabé en Logroño me he ido con mi hija a Berlín.
Quedé sorprendida con la ciudad. No pensé que me iba a emocionar tanto con las historias y memoriales de cada rincón. Viví muchas sensaciones ante la evocación de hechos históricos, que se transformaban en vivencias personales, muchas experiencias distintas, con nombres y apellidos, conocidos y desconocidos…
Una de las visitas, con muchas dudas por ir con mi hija, fue al campo de concentración de Sachsenhausen. Ante su insistencia y al hablar con los guías, que me dijeron que sus explicaciones no entraban en el morbo, me decidí a ir.
Los libros, el cine, la televisión, y ahora internet, han ido mostrando lo que son estos campos, pero al estar allí, ver los espacios en los que se veían obligados a vivir, oir el silencio, sus aromas, recorrer ese erial en el que se levanta este campo… Pude sentir una especie de terror ante la sola posibilidad de que algo así se pueda repetir.
Pero en todo ese silencio, sólo roto por las explicaciones de nuestro guía, aparecían susurros que invitaban a reflexionar más… Algo así como «esto no ha terminado, «sigue sucediendo»…
Es irremediable sentir compasión por las víctimas, se puede temer ser una de ellas… En las fotografías que había expuestas, se veían sus caras de sumisión y de angustia, otras sin expresión clara de ninguna emoción… El sentir su miedo y su incertidumbre, ponerme en sus carnes, es lo primero que apareció dentro de mí.
Recordé, seguramente intentando intelectualizar esas vivencias, que la Terapia Gestalt es una teoría de Campo, y el campo es la unidad mínima de observación, por lo que no se puede sacar conclusiones viendo sólo una parte del total. Y la otra parte también tiene su mensaje para nosotros y nosotras.
¿Por qué no tememos transformarnos en verdugos? ¿Por qué nos sentimos tan prepotentes, tan «buenas personas», con tanto poder y control como para pensar que no podemos ser «la otra parte»? ¿Es que no hemos sentido nunca una ira incontenible? ¿Nunca hemos utilizado las comparaciones y los prejuicios? ¿No nos sentimos superiores y juzgamos con ligereza sin profundizar en lo que le está sucediendo a cualquier persona? Si nos hemos sentido humillados o maltratados ¿no hemos sentido una necesidad de destruir al otro? Cuando alguien no sabe o no puede defenderse y estamos en una situación de ventaja por un interés personal, ¿nos dejamos llevar por la soberbia y el orgullo? ¿Sabemos estar en la relación de igual a igual? ¿Sabemos que los «ideales», las creencias en general, son sólo eso? ¿Qué legitiman nuestras creencias e ideales? ¿Somos capaces de la autocrítica para darnos cuenta de cuando una situación se nos está yendo de las manos? ¿Podemos enfrentarnos a otros que están desbocados cuando nos damos cuenta de un error colectivo, o al menos salirnos, o confluímos y formamos parte de él?
Puedo decir, que en este escenario de tremendos recuerdos, si algo oía en el aíre eran esos susurros del lado oscuro que decían «estoy dentro de ti», «también vosotros podéis ser como nosotros».
En un desahogo de ese momento en Facebook, puse una foto del campo, y José Luís Gómez Urdáñez, Catedrático de Historia en la Universidad de La Rioja, comentó con palabras reconfortantes:
«La Historia tiene siempre como base la esperanza».
No podían haber llegado en mejor momento. Porque creo que es fundamental ver que si no somos conscientes de ese lado oscuro, puede apoderarse de cada uno de nosotros, tanto individual como colectivamente. La esperanza, así, se me aparece como una forma de conocer la ira, el miedo, el orgullo para no recorrer esos caminos que nos pueden llevar de forma irrefrenable a laberintos de dolor y desesperación.
Y puede que esa sea la salida de «los campos de concentración» y podamos encontrarnos al otro lado.
Un abrazo.
Carmen